Se quedó sentado durante varias horas, con los codos apoyados en las rodillas y la frente entre las palmas. En el estadio del club de sus amores ya no había nadie, pero él continuaba viviendo en la realidad del pasado inmediato. Un silencio profundo y desgarrador manaba de las gradas descoloridas, hecho de miles de sombras que quedaron allí, con la esperanza trunca y el grito ahogado.
A las tres y media de la tarde del sábado del ante último partido del torneo, el árbitro pitó su silbato y la hinchada comenzó a alentar con todas las fuerzas de las que era capaz. El otro equipo estaba solo. Venían del interior, y los que entraron en el único micro que viajó hasta la Capital, fueron los que en vano intentaron ensordecer los gritos del local.
El dueño de casa comenzó amenazando con golear. Pero a la primera llegada de los de Junín, sorprendió un gol que ni ellos mismos esperaban. Por el azar del fútbol, les llegó el segundo y a los pocos minutos un penal para los desesperados anfitriones que, a pesar de clavarse en el palo izquierdo, no alcanzaría para revertir la situación.
Las caras en las tribunas parecían presenciar uno de los días más amargos de sus vidas, con la tristeza y la impotencia de que las cosas pasen más allá del alambrado.
El segundo tiempo sólo hizo eterna la agonía. Los visitantes convirtieron tres goles más y, en una carrera de tiempo desesperada, el local sólo pudo convertir un gol. Los delanteros arremetieron con furia, dejando el corazón y los pulmones en el campo, pero no lograban generar ninguna jugada que despertara algo de ilusión en su hinchada incondicional. Hombres y mujeres miraban el reloj sabiendo que todo estaba perdido y, sin embargo, hacían fuerza con el gesto y apretaban sus manos, sosteniendo esa inexplicable creencia de que todavía un milagro puede suceder.
Pero el prodigio no sucedió: la mano en alto del juez y un silbato tan igual como diferente al de una hora y media atrás, sepultó las posibilidades de entrar a jugar por el ascenso a la categoría que jamás se debió abandonar.
Cuando el silencio y la ausencia poblaron el campo, el estadio y hasta el barrio, él permaneció ahí, con su tristeza a cuestas como única prueba de lo que increíblemente había pasado. Lloró por la oportunidad perdida, pero se fue sabiendo que volvería una y mil veces, porque el destino de tanta pasión, no puede ser otro más que la gloria…
A las tres y media de la tarde del sábado del ante último partido del torneo, el árbitro pitó su silbato y la hinchada comenzó a alentar con todas las fuerzas de las que era capaz. El otro equipo estaba solo. Venían del interior, y los que entraron en el único micro que viajó hasta la Capital, fueron los que en vano intentaron ensordecer los gritos del local.
El dueño de casa comenzó amenazando con golear. Pero a la primera llegada de los de Junín, sorprendió un gol que ni ellos mismos esperaban. Por el azar del fútbol, les llegó el segundo y a los pocos minutos un penal para los desesperados anfitriones que, a pesar de clavarse en el palo izquierdo, no alcanzaría para revertir la situación.
Las caras en las tribunas parecían presenciar uno de los días más amargos de sus vidas, con la tristeza y la impotencia de que las cosas pasen más allá del alambrado.
El segundo tiempo sólo hizo eterna la agonía. Los visitantes convirtieron tres goles más y, en una carrera de tiempo desesperada, el local sólo pudo convertir un gol. Los delanteros arremetieron con furia, dejando el corazón y los pulmones en el campo, pero no lograban generar ninguna jugada que despertara algo de ilusión en su hinchada incondicional. Hombres y mujeres miraban el reloj sabiendo que todo estaba perdido y, sin embargo, hacían fuerza con el gesto y apretaban sus manos, sosteniendo esa inexplicable creencia de que todavía un milagro puede suceder.
Pero el prodigio no sucedió: la mano en alto del juez y un silbato tan igual como diferente al de una hora y media atrás, sepultó las posibilidades de entrar a jugar por el ascenso a la categoría que jamás se debió abandonar.
Cuando el silencio y la ausencia poblaron el campo, el estadio y hasta el barrio, él permaneció ahí, con su tristeza a cuestas como única prueba de lo que increíblemente había pasado. Lloró por la oportunidad perdida, pero se fue sabiendo que volvería una y mil veces, porque el destino de tanta pasión, no puede ser otro más que la gloria…
Porque sera que me siento tan identificado con lo que expones???????????????
ResponderEliminarHERNAN (EL ALBO)