Qué puedo decir yo, desde un lugar tan chiquito y anónimo, sobre alguien de quien por éstas horas hablan personalidades destacadas de todo el mundo. Qué puedo agregar que no resulte insignificante, empalagoso…
La asunción de Alfonsín como Presidente es uno de mis primeros recuerdos políticos. Yo a la Dictadura la viví a través de los libros, de los recuerdos de mis familiares, de mis elecciones, muchos años después.
Pero la primavera democrática me encontró con cierta conciencia, y recuerdo, con la dulzura que la subjetividad de la distancia nos aporta, las Plazas de Mayo de entonces, rebosantes de alegría, de decisión, de esperanza. Recuerdo el Nunca Más de la CONADEP, el alegato de Strassera, las explosiones de La Tablada, la hiper inflación. Recuerdo a mi mamá, que votó a Lúder, llorando cuando se supo que el radicalismo había ganado. LLoraba de emoción y aplaudía el triunfo de Alfonsín, festejaba la democracia, no importaba la bandera que se alzara entonces.
Cuánta esperanza invadiendo las calles, cuánta conciencia republicana, responsabilidad ciudadana, compromiso mutuo. Qué sociedad prometedora éramos entonces. La Constitución Nacional era récord de venta en las librerías y casi todos sabían de memoria el Preámbulo, como evidencia colectiva de aquello hacia lo qué íbamos y hacia dónde jamás queríamos volver.
Hoy me conmueve ver a mujeres con bastón, nenes que podrían ser mis hijos, vecinos sin distinción política apostados en la puerta del Congreso, con expresión adusta o directamente entre lágrimas.
¿Por qué? Quizás porque no sólo se muere un ex presidente honrado y consecuente. Su muerte lo acerca y pone de nuevo a flor de piel sentimientos guardados bajo la capa de tantos años de políticas nefastas que fueron limando la ilusión, minando la conciencia.
Con su muerte renace un espíritu que hace mucho abandonamos porque la lucha era demasiado injusta. Y parir duele pero también da vida.
Quizás honrarlo también sea juntar fuerzas y volver a creer. Volver a creer en nosotros mismos. Volver a creer en la democracia.
La asunción de Alfonsín como Presidente es uno de mis primeros recuerdos políticos. Yo a la Dictadura la viví a través de los libros, de los recuerdos de mis familiares, de mis elecciones, muchos años después.
Pero la primavera democrática me encontró con cierta conciencia, y recuerdo, con la dulzura que la subjetividad de la distancia nos aporta, las Plazas de Mayo de entonces, rebosantes de alegría, de decisión, de esperanza. Recuerdo el Nunca Más de la CONADEP, el alegato de Strassera, las explosiones de La Tablada, la hiper inflación. Recuerdo a mi mamá, que votó a Lúder, llorando cuando se supo que el radicalismo había ganado. LLoraba de emoción y aplaudía el triunfo de Alfonsín, festejaba la democracia, no importaba la bandera que se alzara entonces.
Cuánta esperanza invadiendo las calles, cuánta conciencia republicana, responsabilidad ciudadana, compromiso mutuo. Qué sociedad prometedora éramos entonces. La Constitución Nacional era récord de venta en las librerías y casi todos sabían de memoria el Preámbulo, como evidencia colectiva de aquello hacia lo qué íbamos y hacia dónde jamás queríamos volver.
Hoy me conmueve ver a mujeres con bastón, nenes que podrían ser mis hijos, vecinos sin distinción política apostados en la puerta del Congreso, con expresión adusta o directamente entre lágrimas.
¿Por qué? Quizás porque no sólo se muere un ex presidente honrado y consecuente. Su muerte lo acerca y pone de nuevo a flor de piel sentimientos guardados bajo la capa de tantos años de políticas nefastas que fueron limando la ilusión, minando la conciencia.
Con su muerte renace un espíritu que hace mucho abandonamos porque la lucha era demasiado injusta. Y parir duele pero también da vida.
Quizás honrarlo también sea juntar fuerzas y volver a creer. Volver a creer en nosotros mismos. Volver a creer en la democracia.
Naty, muy buena publicacion, yo me crie rodeado de radicales, mi abuela siempre me hablaba de Raul Alfonsin (hasta tenia un cuadro en una pared la enferma) sin adoptar esta posicion politica ni llevar ninguna bandera, siento esta perdida, como la de una persona muy respetable, honesta y que deberia ser el ejemplo a seguir por muchos politico que hoy nos chorean, perdon, gobiernan. Gracias y ojala esto sirva para la union nacional. Beso Rubia.
ResponderEliminarmuy bueno, nada mas se puede decir, nunca fui ni Alfosinista extrema ni radicalista, pero este es innegable que este hombre nos dio un empujonazo hacia la vida.
ResponderEliminaryo me acuerdo de mi viejo acercando el "pasacassette" al tele para grabar todos sus discursos....También para mí tuvo un tinte iniciático aquello. Me gustó lo que escribiste nati, mucho. (Evange)
ResponderEliminarlos dos primeros, podrían firmar que no soy adivina? gracias igual.
ResponderEliminarES MUY BUENO TU COMENTARIO YO TENGO CASI 40 AÑOS Y VIVI ALGUNAS ETAPAS DE ESTE PAIS, ALGUNAS BUENA OTRAS NO TANTO, NO SE MUCHO DE POLITICA NI HISTORIA ARGENTINA SOLO LA VIVIDA, SOY UN ADMIRADOR MAS QUE NADA DE LA CULTURA SAMURAI Y EN ELLA HACEN MUCHO INCAPIE EN EL HONOR, RESPETO, HONESTIDAD, COHERENCIA ENTRE EL PENSAR, DECIR Y HACER, Y ESTE CAUDILLO QUE HOY DESPIDE ESTE PAIS SE ASEMEJA MUCHO A ESOS HOMBRE QUE INTEGRABAN ESTA SELECTA CASTA DEL JAPON, ESTE HA SIDO UN HOMBRE AL SERVICIO DE SU PAIS Y DE SUS IDEALES, SOLO DESEO QUE ESTA NACION GENERE MAS HOMBRES COMO ALFONSIN.-
ResponderEliminarMuy bueno Naty! Ayer lloré mucho porque recordaba muchas cosas. Recordé el día de las elecciones; mi vieja fue presidenta de mesa y le llevamos comida al mediodía; era un día soleado, hermoso... y la gente era muy feliz. También recuerdo a mi abuelo, que militaba en el partido y que iba a votar con el bastón en la mano. Sentí un gran desamparo, ya que hoy se confunde política con corrupción; y Alfonsín, con su honestidad, es una gran pérdida. Pero me diste esperanza! Esperemos mejorar al menos un poco, siguiendo su ejemplo... Besos, Ceci
ResponderEliminarReflexiones sin demagogia
ResponderEliminarPor Osvaldo Bayer
Tengo 82 años y nací justo tres semanas antes que Alfonsín. Es decir que viví todos los mismos tiempos históricos. La Década Infame durante la niñez, el golpe del ‘43 a los 15 años y el primer peronismo a los 18. Y todo lo demás. Las tristes realidades argentinas pero siempre las esperanzas al comenzar de nuevo.
¿Qué pienso de Alfonsín? Empecemos por el lado bueno. Es uno de los pocos presidentes a los que no se le puede reprochar ningún negociado ni enriquecimiento en provecho propio. Eso ya es algo, en la Argentina.
En lo demás tal vez sea muy duro, pero es que viví parte de mi vida en Alemania, principalmente en la posguerra, y tal vez esperé de Alfonsín –después de la dictadura de la desaparición– una política parecida a la del posnazismo en Alemania, donde el pueblo alemán demostró haber aprendido, por fin, la lección para siempre. Nunca más ni el militarismo ni las guerras ni el racismo ni el totalitarismo.
Cuando regresé de mi exilio pensé que la Argentina iba a iniciar el mismo camino de autocrítica, luego de la larga cadena de dictaduras militares y del haber sido escenario de la “Muerte argentina”, como se conoce en el exterior al sistema de la desaparición de personas, la tortura bestial de los prisioneros, su muerte final –como el ser arrojado con vida desde aviones al río– y el robo de sus niños.
No, no fue así. Empezó el tire y afloje. Mi primera decepción fue cuando Alfonsín y su partido no propugnaron la comisión bicameral investigadora de los crímenes militares –como tendría que haber sido– sino que cargó esa responsabilidad en una “comisión de notables” elegidos a dedo. Algunos de los cuales habían sido colaboracionistas de los dictadores o, por lo menos, sonrientes concurrentes a audiencias de los verdugos. Bien, sí, algo hizo la llamada Conadep porque por lo menos se recogieron acusaciones. Pero no se cumplió con la investigación a fondo que podría haber tenido –por su responsabilidad– una comisión bicameral. Para luego pasar al juzgamiento de los responsables mayores.
Se hizo entonces el juicio a los comandantes, pero limitado a eso, a los responsables pero no a los centenares de ejecutores. Y esos responsables fueron a parar a “countries” cercanos a un penal militar, entre jardines y con la visita diaria de sus familias. Luego, el levantamiento de carapintadas y el presidente que va en helicóptero al cuartel a “parlamentar” con los que volvían a levantarse con sus armas contra el poder elegido por el pueblo. En vez de resistir con el pueblo, no, fue a parlamentar. De ahí salieron las humillantes palabras para todos los que estábamos en Plaza de Mayo dispuestos a defender la democracia hasta sus últimas instancias, que quedarán para la historia de las renuncias argentinas: “La casa está en orden”, “Felices Pascuas”. Y de inmediato las leyes que avergonzarán para siempre al Congreso Nacional, de obediencia debida y punto final. Votadas por los representantes de la Unión Cívica Radical.
En otras palabras: libertad incondicional para todos los uniformados de la picana eléctrica y la desaparición. La democracia se había puesto de rodillas ante los criminales desaparecedores. Eso fue imperdonable. Como lo fue también un hecho de ese gobierno: el mantenimiento en la cárcel hasta cumplir con sus condenas de los presos políticos que habían sido condenados por los jueces de la dictadura. Yo los visité hasta bien entrado el año ’88. Fui, me acuerdo, con la actriz noruega Liv Ullmann a Devoto. Allí estaban, eran cuatro. Y nos juraron su inocencia y nos relataron las torturas bestiales a que habían sido sometidos por esos “jueces” de la dictadura a los que el gobierno de Alfonsín no dejó cesantes como tendría que haber hecho. Y el otro acto que nos llenó de tristeza y pesimismo fue la brutal represión ordenada por el gobierno radical contra los invasores de La Tablada. En vez de seguir el consejo del jefe de policía de aquel entonces, de sitiar el cuartel y rendirlos por hambre, envió nada menos que al peor represor que había actuado en Mar del Plata, autor de la trágica Noche de las Corbatas, que llevó a la desaparición de todos los abogados de derechos humanos de esa ciudad. Ese señor general invadió el cuartel de La Tablada con bombas de napalm, gases y fuego cruzado de ametralladoras. La masacre fue evidente: murieron soldados que se hallaban en el cuartel, guerrilleros y hasta se dieron el lujo los militares de haber hecho “desaparecer” a unos cuantos de los jóvenes invasores. La comisión de derechos humanos de la OEA criticaría después abiertamente al gobierno de Alfonsín por ese ataque y por haber sido los acusados mal juzgados, sin los resguardos pertinentes. Y, para no extenderme, el final. El haber abandonado el gobierno cinco meses antes de terminar su mandato, para dejarle el “muerto” económico a Menem. Ningún estadista elegido por el pueblo debe hacer una cosa así. Tiene el deber de demostrar su sentido de la responsabilidad hasta último momento. Por algo el pueblo, después de Alfonsín, cambió de rumbo y volvió a votar al peronismo. Y tuvimos que aguantar diez años a Menem y su saqueo por el Pacto de Olivos, un arreglo de comité que acentuó el personalismo en nuestro país.
No logramos, después de la dictadura de la desaparición, la democracia que deberíamos haber implantado tras las trágicas enseñanzas de nuestro país tan humillado. Escribo esto para llamar a la realidad y no mentirnos en un falso “respeto por los muertos”. Debemos pensar también en los otros muertos, en aquellos que dieron su vida por más justicia en una democracia. Pensar que, desde aquel diciembre de 1983, no hemos cumplido con el principal mandato de una auténtica democracia: un país sin niños con hambre, un país sin villas miseria, un país sin desocupados.
En estos días me siento muy emocionada debe ser porque yo lo admiraba mucho al Dr. Alfonsín pero también porque todo esto me trae a la memoria toda la algarabía que viviámos por la llegada de la tan esperada Democracia. Creo que debemos defenderla con dientes y uñas más allá de las banderas políticas, y recordarlo a él como un Presidente que nos deja un ejemplo de honestidad y sencillez digno de ser imitado.
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