jueves, 19 de marzo de 2009

El canario

Mis abuelos habían muerto casi todos cuando yo nací. Pero mí única abuela viva, Mamina, valía por cuatro. No sólo porque pesaba arriba de 100 kilos, sino porque dejó una huella de profunda ternura en mi niñez.
Ella era sabia y aventurera. En las noches de verano salíamos a “cazar” bichitos de luz por el patio y nos recostábamos sobre el pasto a que me enseñara los nombres de las constelaciones.
Sabía tantos cuentos, tantas historias…y nunca se cansaba de contármelos, mientras me acariciaba la espalda para poder dormir.
Siempre tuvo pájaros y ese fue nuestro único desacuerdo irremediable. A mí me entristecía verlos en la jaula. Pero ella me explicaba que los canarios vivían así y que si cantaban era porque estaban contentos.
Yo creía, en cambio, que su silbido era como un llanto. Entonces, cuando ella se iba a hacer los mandados, yo me apuraba a cerrar los vidrios de las ventanas y las puertas, abría con cuidado la jaula, tomaba al canario entre mis manos y, con una honda y sincera emoción, lo regalaba al aire para que pudiera volar.
Así de simple, austera y realizable era por entonces la libertad…

3 comentarios:

  1. Uy, cómo hacer para que una lágrima no me moje el alma??? Mamina, siempre entre nosotras. Besos. Maru

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  2. qué lindoo!! que emotivo naty!
    que lindo que lo compartas así, de esta forma.
    cariños!
    sofi

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  3. hermoso...en un dia tan depre para mi, leer algo asi me reconforta el alma... mariana vcp

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