El ser humano deja múltiples huellas en el mundo. Huellas que encarnan diversas expresiones de belleza, de destrucción. Huellas que cobran diferentes formas, símbolos de una época, de una creencia, de un poder. Algunas perduran, testigos inmutables de acontecimientos que marcan, delimitan, definen el curso de los tiempos. Pilas de arena, hierros, ladrillos que parecen cobrar vida cuando, entre sus paredes, intentamos descubrir los secretos de la historia.
Es verdad que hace frío esta mañana, que el cielo está gris y la llovizna constante amenaza con mutar en chaparrón. Pero el calor se contagia entre los cientos de vecinos y milicianos que, apostados en la Plaza de la Victoria, esperamos alguna noticia desde el balcón.
"¿Dónde está el pueblo?", pregunta irónico el Síndico Leiva desde las alturas, luego de que muchos, agotados por la espera, partieran a esperar noticias en sus casas.
Furiosos por la actitud de quien sabemos partidario de la corona, entramos en la Sala Capitular para exigir una respuesta. Es Berutti el que da un ultimátum y amenaza con tocar la generala para que el pueblo, por las armas, consume lo que hace una semana el Cabildo no define.
La sensación de que algo está por suceder es casi palpable en el aire espeso del recinto. Volvemos a la plaza a esperar, junto a los demás, que nuestra fuerza y decisión se contagie a los cabildantes.
Poco después anuncian la nueva Junta integrada por los nombres que exigía el pueblo. Saavedra, Moreno, Paso, Belgrano, Catelli, Azcuénaga, el sacerdote Manuel Alberti y los comerciantes Larrea y Matheu jurarán como gobierno en nombre de Fernando VII.
Sé que la independencia real tardará todavía varios años más, pero desde esta tarde del 25 de mayo de 1810 en el "Excelentísimo Cabildo de Buenos Ayres", la historia de esta patria será un poco más Nuestra Historia.
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