Carlos Alberto trata de contener las lágrimas que le hacen temblar las pupilas mientras me cuenta la vez que conoció a Mercedes Sosa, cuando él era cocinero en Los dos Chinos y ella almorzó allí con León Gieco.
De fondo se escucha la voz de Bravo en Continental hablando del estado de salud de la Negra.
Yo le cuento que a mi también me pone triste porque ella me recuerda mucho a mi niñez, cada vez menos nítida y más inventada.
Mientras le escruto los pómulos oscurecidos por el sol de la Plaza Houssay, intento dilucidar cuántos años menos tiene de los que su cuerpo maltratado representa.
Pero de a poco, mientras le damos de comer a su perro (el Negro) él me va brindando pautas.
Hace años que duerme en la calle, que vive de lo que le da la gente, que está sólo (bueno, hace 5 meses tiene al Negro que lo cuida con una devoción impactante). Está enfermo y ya no hay nada por hacer, pero su mayor preocupación es qué va a pasar con su perro cuando él no esté.
Me convida unos mates y, mientras tanto, me cuenta de su infancia en Entre Ríos, de por qué no tiene a nadie, de cuando no pudo pagar más la pieza de la pensión en Congreso, de la abuela que lo cuidó. En fin, de una vida muy semejante a la de muchos de nosotros…
Cuando vuelvo a casa enciendo la radio (sintonizada siempre en Continental) y escucho de nuevo palabras desesperanzadas sobre la Negra. Me sube una angustia muy honda desde el pecho, que pronto se transforma en un llanto incontrolable.
No lloro por ella ni por él. Es, probablemente, por lo poco y por lo mucho que tengo de cada uno de ellos…
De fondo se escucha la voz de Bravo en Continental hablando del estado de salud de la Negra.
Yo le cuento que a mi también me pone triste porque ella me recuerda mucho a mi niñez, cada vez menos nítida y más inventada.
Mientras le escruto los pómulos oscurecidos por el sol de la Plaza Houssay, intento dilucidar cuántos años menos tiene de los que su cuerpo maltratado representa.
Pero de a poco, mientras le damos de comer a su perro (el Negro) él me va brindando pautas.
Hace años que duerme en la calle, que vive de lo que le da la gente, que está sólo (bueno, hace 5 meses tiene al Negro que lo cuida con una devoción impactante). Está enfermo y ya no hay nada por hacer, pero su mayor preocupación es qué va a pasar con su perro cuando él no esté.
Me convida unos mates y, mientras tanto, me cuenta de su infancia en Entre Ríos, de por qué no tiene a nadie, de cuando no pudo pagar más la pieza de la pensión en Congreso, de la abuela que lo cuidó. En fin, de una vida muy semejante a la de muchos de nosotros…
Cuando vuelvo a casa enciendo la radio (sintonizada siempre en Continental) y escucho de nuevo palabras desesperanzadas sobre la Negra. Me sube una angustia muy honda desde el pecho, que pronto se transforma en un llanto incontrolable.
No lloro por ella ni por él. Es, probablemente, por lo poco y por lo mucho que tengo de cada uno de ellos…
María Leticia, que tristeza dan algunas cosas...esta vez solo pude dibujar algo sin palabras... te invito a verlo.
ResponderEliminarhttp://www.lechurodriguez.blogspot.com/
Un abrazo. Lechu