Desde ya, no es el concepto más feliz, al menos para alguien que se jacta de aborrecer la contabilidad pero, a falta de uno mejor, sirve para entender la idea.
Que, en este caso, dado el espíritu esperanzado, solidario, en fin, pelotudo, que nos une e iguala un poco a todos, no será enteramente pesimista, sino que buscará coincidir y conciliar un poco con ese imaginario colectivo de fraternidad y renacimiento.
Empezaré conmigo misma, apuntando, por supuesto, a una mínima identificación, para que no se aburran como ostras, mientras me hacen el favor…
Generalmente me sucede que el optimismo que se apodera de mi mente durante las fiestas, más que nada en el brindis de año nuevo, se estrella contra la realidad adversa el 2 o 3 de enero.
Pero esta vez, fue algo diferente, debo rescatar sucesos favorables, algunos frutos del mérito propio, otros, simples consecuencias del azar: como comentaba unos días atrás, haber logrado licenciarme, conseguir un laburo afín a mis intereses (además de una entrada económica extra), no haber ahorcado a mi novio, que sigan vivos el potus y Camilo (el primero no sé si por mérito o por azar, pero dejémoslo en esta sección; el segundo porque llegó a casa tocando el arpa), son sucesos dignos de cierta alegría. También hay que resaltar que durante este año no se murió ningún pariente (al menos que yo lo recuerde mientras escribo, aunque sí hay un par medio al horno), no hubo embarazos no deseados, divorcios o peleas a muerte en la familia. All Boys terminó cuarto en la tabla, salió campeón Banfield, el campo no derrocó al gobierno… y paro porque tanta bonanza me asquea.
O sea, podría dejarme arrastrar por el aura festiva y sentenciar, lisa y llanamente, que el 2009 no debería terminarse…
Pero, la verdad tiene su lado oscuro (o su lado blando, mejor dicho): haciendo mi orgullo, y hasta mi dignidad a un lado, el último año 00 también me jugó sus malas pasadas. Digamos que mis estrías se multiplicaron proporcionalmente a las horas que sumé de gimnasio, mi neurosis al tiempo que sumé de trabajo y –por supuesto- resté al sexo, mis arrugas al aumento de mi neurosis… de hecho, creo que lo único que disminuyó fue la cantidad de pelo (cuya decadencia podría ser mayor considerando los litros de decolorante que debo llevar usados). Y no quiero entrar más en detalles tan superficiales como relevantes, pero debo agregar a la lista el incremento de mis problemas de salud (de toda índole y color), de mi peso, obviamente, que en promedio es de 1 kilo por año, de la celulitis, que parece hacerse cargo de manifestar todos mis malos hábitos…
En fin, aún no voy a sucumbir a esbozar conclusiones, porque me quedan otros ámbitos por evaluar (soy egocéntrica, pero trato de evitarlo, de vez en cuando), pero sí me permito intuir –no todavía pensar- que, en realidad, no es que las cosas mejoren, sino que nosotros nos vamos acostumbrando a que estén cada vez más como el orto (como el orto después de los 27) y a conformarnos cada vez con más…
(con más años, más estrés, más kilos, etc, etc, etc.)