Estoy indignada. Hoy llegué al gimnasio y me encontré con unas pendejas en uniforme de colegio caminando en la cinta cual si anduvieran de paseo viendo vidrieras, con unos cuerpos despampanantes.
Advertí que por más que me mate haciendo glúteos, ya NUNCA tendré la cola que tenía a los 18. La cara más redonda, pero con la piel tersa y sin huellas del estrés y la mala sangre de un adulto con responsabilidades.
Encima ahora las nenas tienen onda y desparpajo. Yo era una acomplejada que no salía a la calle sin algo atado a la cintura y ellas van por la vida con una polleras que parecen cinturones.
Digamos que tampoco soy un escracho. Pero con vestidos cortos me siento una vieja ridícula y con prendas largas, por demás de avenjentada.
Yo había leído en varios lugares que a los 30 la mujer comienza a vivir su plenitud. Eso lo habrán decretado a fuerza de marketing los centros de estética, gimnasios y demás lugares por el estilo. Cuya clientela somos las mujeres que empezamos a sentirnos baqueteadas pero aún dentro del mercado.
Claro que con lo que salen los tratamientos, se complica sobremanera.
Y no me vengan con eso de la vida saludable, que en todo caso es una verdad a medias. La realidad es que queremos permanecer dentro de los cánones de belleza, imperativos categóricos para poder vestirse a la moda o gustarle a los panzones de treinta y pico…
Repito: estoy indignada y, por supuesto, algo deprimida. Se me ocurren dos ideas (pero desde ya estoy abierta a otras): o los gimnasios, bares, plazas y demás espacios de esparcimiento ponen horarios restringidos para menores de 25 años y de 55 kilos o nos juntamos en una noble causa y, en vez de tomar facultades o cortar calles por los desempleados, la educación o la pobreza, tomamos Iobella, Slim, etc. y hacemos la revolución: ¡belleza, juventud y piel de durazno para todas!
Advertí que por más que me mate haciendo glúteos, ya NUNCA tendré la cola que tenía a los 18. La cara más redonda, pero con la piel tersa y sin huellas del estrés y la mala sangre de un adulto con responsabilidades.
Encima ahora las nenas tienen onda y desparpajo. Yo era una acomplejada que no salía a la calle sin algo atado a la cintura y ellas van por la vida con una polleras que parecen cinturones.
Digamos que tampoco soy un escracho. Pero con vestidos cortos me siento una vieja ridícula y con prendas largas, por demás de avenjentada.
Yo había leído en varios lugares que a los 30 la mujer comienza a vivir su plenitud. Eso lo habrán decretado a fuerza de marketing los centros de estética, gimnasios y demás lugares por el estilo. Cuya clientela somos las mujeres que empezamos a sentirnos baqueteadas pero aún dentro del mercado.
Claro que con lo que salen los tratamientos, se complica sobremanera.
Y no me vengan con eso de la vida saludable, que en todo caso es una verdad a medias. La realidad es que queremos permanecer dentro de los cánones de belleza, imperativos categóricos para poder vestirse a la moda o gustarle a los panzones de treinta y pico…
Repito: estoy indignada y, por supuesto, algo deprimida. Se me ocurren dos ideas (pero desde ya estoy abierta a otras): o los gimnasios, bares, plazas y demás espacios de esparcimiento ponen horarios restringidos para menores de 25 años y de 55 kilos o nos juntamos en una noble causa y, en vez de tomar facultades o cortar calles por los desempleados, la educación o la pobreza, tomamos Iobella, Slim, etc. y hacemos la revolución: ¡belleza, juventud y piel de durazno para todas!